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jueves, 3 de noviembre de 2011

OBLIGACIONES INDETERMINABLES FLEXIBLES

     Ante la imbatible fuerza del poder del nuevo-neoliberalismo que se cierne sobre los seres humanos de a pie, que poco o nada tienen que ver con ello, lo apoyen o no, y que les quita todo como si no fuera de ellos, antes lenta pero inexorablemente y ahora rápida e imparablemente, me doy cuenta del necesario origen del mal: el contrato.

     Yo, estudioso del derecho privado y sabedor y hasta cierto punto conocedor de esa rama de la ley tanto escrita como consuetudinaria, apunto esa palabra cada día que pasa con más recelo. Pues lo que un día fue un sueño llamado "seguridad jurídica", hoy es una pesadilla transformada en "inseguridad social". Pero ¿Cómo se transforman los sueños dulces en pesadillas amargas? Y más importante todavía ¿Quíen y por qué lo hace?

     Vivimos tiempos fáciles para los líderes. Ellos son los verdugos de una sociedad vista para sentencia. Verdugos en los que descargamos nuestro cachito de soberanía popular registrada en nuestra Constitución Española, y a los que les damos (voluntariamente) el poder dictatorial de quitar, poner y de escupir si les place en nuestros derechos fundamentales, mandar o hacer mandar; arrastrarse como lagartos hasta los dueños de los miles de millones de euros creados a partir de nuestras propias deudas; de jugar con nuestra sangre, la de nuestros hijos y la de nuestros padres. Lidiar contra ellos es imposible, pues poco o nada les importan nuestras insignificantes vidas, problemas o riñas. El eslabón más débil de la cadena social es aquel que ostenta un puesto de liderazgo: tiene poder, tiene precio y está en venta. Al resto sólo le queda obedecer si no quieren sufrir todavía más de lo que ya sufren. Si, inevitablemente estamos gobernados tanto en nuestra sociedad como en nuestros trabajos (quien tenga la suerte o la desgracia hoy día de trabajar por cuenta ajena) por el UNO, el líder, el señor feudal, el eslabón más débil.


     Eso, sin ningún lugar a la duda, nos lleva a sufrir una creciente escalada al inframundo del derecho privado neoliberalizado, que nos regula diariamente y que nos hace en muchos casos desear estar muertos o simplemente no existir. Flexibilidad significa depresión antemortem; significa esclavitud y servidumbre ante ese eslabón más débil. Y nuestros contratos tienen mucha culpa de ello: cuando el artículo 1273 del Código Civil español dice "el objeto de todo contrato debe de ser una cosa determinada en cuento a su especie", habla de todas las partes implicadas, por supuesto, pero nos encontramos con una fría realidad, opaca y poco tranquilizadora cuando el trabajador, dueño (propietario) de forma consensuada con el empresario (o empresa) de su puesto de trabajo, sufre continuas modificaciones, vejaciones, violaciones a su honor e intimidad, y maltrato generalizado por chantajes emocionales por parte de numerosos "superiores" o, como yo coloquialmente hablando suelo llamarles, "señores feudales". Técnicamente hablando, por contra, sólo son dueños (y en los escalafones más altos de la pirámide feudal) del capital generado por una deuda privada, y va contra legem el simple hecho de que piensen que son propietarios de la persona que tienen a cargo por el susodicho contrato, o del puesto de trabajo que ésta ocupa. E ahí el error, vicio recogido del temor de los que tienen miedo de si mismos y que ignoran de manera perpetua y casi absoluta sus propios derechos y obligaciones.

     Y eso nos lleva a su vez a la siguiente linea de actuación: no sólo lo nuestro lo hacen suyo, con una prepotencia digna del mayor destructor y señor de la guerra, sino que además, los dueños y señores del puesto de trabajo, de ahora en adelante los trabajadores, esas figuras deprimidas y temerosas, obsesionadas por la máquina publicitaria que ponen en marcha los señores feudales para confundir y tergiversar nuestros derechos, no sólo permiten, sino que alienta a que se lo hagan. U na vez más, una fea realidad supera la ficción, ilegal, torticera e injusta, si, pero real. Pues los pensadores del derecho privado, la propia ley y fuertes corrientes de juristas, lo tienen muy claro: "la idea fundamental es que la prestación (el objeto de la obligación) será considerada determinable o susceptible de determinación cuando su concreción no dependa de futuras actuaciones de las partes vinculadas por la relación obligatoria", es decir, que en otro caso estaríamos frente a obligaciones incompletaso irregularmente constituidas. Y de un tiempo a esta parte hacemos frente SIEMPRE a ese otro caso. De ahí que la determinada indeterminabilidad de los contratos laborales, cruce de obligaciones entre una y otra parte sea tan desigual: una parte SABE cual es su obligación: pagar por el trabajo una cantidad CIERTA y recoger los frutos que son suyos por derecho; otra parte ha de lidiar con una obligación INCIERTA y casi caprichosa.

     Ante tamaña injusticia contra legem, ideada por preescolares hijos de papá que aprobaron su carrera de derecho a base de chuletas kilométricas, o compraron el título a golpe de talonario y jamones, también llamados abogados "de empresa" o enchufados mal pagados, sólo cabe recuperar la responsabilidad personal, los dos dedos de frente o el sentido común, como se le quiera llamar, y volver al camino de la seguridad jurídica que necesitamos en un Estado de Derecho. Miles de buenos profesionales, juristas de vocación, saben que una sociedad no puede estar al frente de esos ilegales voceros, temporales psicópatas que cuanta menos responsabilidad personal y más carencia de sentimientos posean, más poder, riquezas y altos cargos ostentarán.

     Re-evolucionemos de nuevo tras miles de años de dura carga, y fijémonos en eso que llaman ser humano. Incluso nosotros, si te das cuenta, somos uno de tantos millones de ellos...



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